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Ser mamá no era otra cosa…?

Esta carta que leí el otro día aquí,quería compartirla con vosotros. Para todas las mamás, las futuras mamás y para las que como yo, tienen a una recién estrenada mamá muy cerquita…porque visto desde fuera, parece lo más bonito del mundo, y seguro que es más de lo que nos imaginamos, pero también es muy duro…

Y aprovecho esta carta para Felicitar a una súper mamá, que esta mañana ha presentado su tesis doctoral, que tiene un niño de 1 añito y que es toda una mamá trabajadora! Compaginar todo eso viviendo en Madrid y sin ayuda, no debe ser nada fácil.

Otro día os contaré mi opinión sobre esto…que llevo varios días con el tema en la cabeza…

Querida, la gente te dirá que ser madre es maravilloso, pero eso no es verdad. Maravilloso es una palabra que pertenece a tu vida anterior a ser mamá. Viajar era maravilloso, leer a Murakami, ir a conciertos, comprar billetes para el paraíso y embarcar de la mano de tu padre rumbo a países exóticos, era maravilloso. Pero ser madre es otra cosa. Es una nueva verdad que te estalla en la cara como 1000 fuegos artificiales. Es una convulsión, un tsunami de agua dulce, una descarga de Verdad. Creíamos que la vida era aquello, cuando en realidad era esto. Que la felicidad se podía explicar, cuando no hay calzador que la meta en una sola palabra. Que ya sabíamos de que iba el libro, cuando no habíamos empezado siquiera el prólogo. La maternidad es un viaje hacia dentro. Una montaña rusa emocional que te lleva de paseo por todas las estaciones de tu vida para reconciliarte con tu pasado y poner patas arriba tu futuro. Y tú vas arriba y abajo y al centro y pa dentro, al principio sin control, hasta que te conviertes en el capitán de la enloquecida nave nodriza, sintiendo que tienes una Misión en este mundo, porque llevas a otro en el asiento de atrás y debes llevarle a alguna parte, una mejor a ser posible. Entonces te transformas en tu mejor versión de ti. Y aprendes a darte por entero y dejas de ser alguien que sólo pensaba en si misma. Así de simple. Te vacías y te llenas todos los días. Surcas el universo con una responsabilidad a la espalda y  tu alma a flor de piel, tratando de cambiar el mundo, para que el mundo sea mejor para tu hijo, del mismo modo que quieres que tu hijo sea mejor para el mundo. Y eso es más grande que todo lo que pensabas que era Estar Vivo. Sentirse vivo es una cosa, pero estarlo…, estar realmente viva las 24 horas del día en un estado permanente de enamoramiento y crispación, agotada, con el corazón en un puño y un motivo más grande que tú para seguir viviendo en el otro, es todo menos aburrido. La etapa más dulce, sorprendente, salvaje, dura, amorosa, electrizante e inesperada de tu existencia, es sin lugar a dudas la maternidad, aunque te pises las ojeras con los zapatos y tu vida no se parezca en nada a eso que pensabas que iba a ser “ser mamá”.

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Seguimos emocionadas…

 
Hoy os quiero enseñar la reflexión más bonita que he leído desde hace mucho tiempo, sobre el amor de una mamá a su hijo…
 

Nunca nos arrepentiremos:

“Estamos haciendo una encuesta”, dice medio en broma.

“¿Crees que deberíamos tener un bebé?”

– “Vuestra vida va a cambiar”, digo cuidadosamente y manteniendo mi neutralidad.

– “Lo sé”, me contesta. “Se acabaron las fiestas nocturnas los fines de semana, las vacaciones espontáneas…”

Pero no me refería a eso en absoluto. Miré a mi hija tratando de decidir qué decirle.
Me gustaría que supiese lo que no va a aprender en las cases de preparación al parto.
Me gustaría decirle que las heridas físicas tras el parto se curan, pero convertirse en madre conlleva una serie de heridas emocionales a la que siempre será vulnerable.

Pienso en decirle que nunca volverá a leer el periódico sin preguntarse después ¿Qué hubiera pasado si ese hubiera sido mi hijo?. Que cada accidente de avión, cada incendio serán su obsesión. Que cuando vea las fotos de niños hambrientos, ella siempre se preguntará si podría haber algo peor que ver a su hijo morir.

Miro sus uñas cuidadosamente pintadas y su elegante traje. Después pienso que no importa lo sofisticada que sea, ya que cuando se convierta en madre adquirirá el nivel primitivo de una osa que vela por su cachorro. Que una llamada urgente de “¡mama!” hará que deje caer la tarta que esté preparando o su figura de cristal favorita sin vacilar ni un instante.

Siento que debo advertirle, pues no importan todos los años que haya invertido en su carrera profesional, pues verá las cosas de otro modo con la maternidad. Podría dejar todo listo para que alguien se encargue del pequeño mientras acude a una reunión de negocios, pero seguirá pensando en el olor de su bebé. Tendrá que hacer gala de una disciplina de hierro para no acudir a casa, solo para ver que su bebé se encuentra bien.

Quiero que mi hija sepa que tomar decisiones ya no será una cuestión de rutina. Que el deseo de un niño de 5 años de entrar al baño masculino para hacer sus necesidades se convertirá en un gran dilema. Que justo allí, en mitad de la gente con bandejas y niños gritando a pleno pulmón, los temas de la independencia y la identidad de género serán sopesados contra la perspectiva de que un abusador esté acechando en ese baño.

En cuanto a mi atractiva hija, quiero asegurarle que en un futuro conseguirá perder los kilos del embarazo, pero que nunca se sentirá igual consigo misma. Que su vida, ahora tan importante, tendrá menos valor después de tener un hijo. Empezará a desear vivir más años, no para cumplir sus propios sueños, sino para ver a sus hijos lograr los suyos. Quiero que sepa que las estrías o una cicatriz de cesárea se convertirán en insignias de honor.

La relación de mi hija con su marido cambiará, pero no de la manera que piensa. Deseo que pudiera entender cuánto se puede llegar a querer a un hombre que cambia los pañales del bebé o que nunca le asaltan las dudas para jugar con sus hijos. Creo que debería saber que seguirá enamorándose de él por razones que ahora encontraría muy poco románticas.

Me gustaría que mi hija se diese cuenta de lo ligada que se sentirá a aquellas mujeres históricas que trataron de detener la guerra, los prejuicios y conducir borracho.

Quiero describirle la euforia que se siente cuando ves a tu hijo aprendiendo a andar o a montar en bicicleta. Me gustaría capturar para ella las carcajadas de un bebé que toca la suave piel de un gato o un perro por primera vez. Quiero que saboree esa dicha tan real, que duele.

La mirada interrogativa de mi hija me hace darme cuenta de que las lágrimas se han empezado a acumular en mis ojos. “Nunca lo lamentarás”, digo finalmente. Entonces alargué mi brazo a través de la mesa y apreté la mano de mi hija.